El seguro de vida debería ser un producto fundamental para todos. Si aseguramos bienes cuya pérdida no es fundamental, por qué no asegurar nuestra propia vida o el riesgo de invalidez. El impacto de esta posible contingencia afecta gravemente a los que más queremos y en todos los ámbitos, entre los que destaca el económico. La solución, aparentemente fácil, sería establecer una cobertura muy alta, por encima de las necesidades actuales de la familia, con un capital que cubriera cualquier contingencia. A cambio, pagaremos año tras año una prima importante. Por todo ello, es importante que calculemos lo mejor posible qué necesidades hay que cubrir teniendo siempre en cuenta que condiciona la misma.
A priori, la tarea no es sencilla. Si cubrimos, por ejemplo, un coche, una casa o cualquier otro bien, lo hacemos sobre un valor conocido y calculado. Con el seguro de vida, este cálculo no es tan directo. Existe una parte de coberturas más rápidas de estimar, la que corresponda a las hipotéticas deudas que puede tener la unidad familiar, pero existe otra parte, la más importante en la mayoría de los casos, en la que hay que considerar otras variables.
Debemos realizar un análisis pormenorizado de las necesidades presentes, pero también de las futuras. Por ejemplo, si tenemos hijos, no debemos centrarnos sólo en sus gastos actuales, sino también en cubrir necesidades futuras, como son pueden ser sus estudios. Teniendo en cuenta este horizonte temporal del análisis, estos algunos consejos básicos:
A partir de estos puntos, es relevante señalar la importancia de ajustar los riesgos a cada miembro de la unidad familiar. Hay muchos casos en los que el seguro de vida sólo lo tiene contratado uno de los miembros de la familia, lo que constituye un error. Si, por ejemplo, en una pareja ambos trabajan y, por tanto, aportan ingresos a la unidad familiar, es recomendable que cada uno de ellos contrate su seguro de vida con unas coberturas que sigan lo especificado en los puntos anteriores.
No hay que olvidar, además, que nuestra edad determina la prima que debemos pagar. Si, por ejemplo, contratamos un seguro con 30 años y mantenemos el capital en el tiempo (o actualizándolo con las subidas del IPC), la prima aumentará conforme vayamos cumpliendo años. Por ello, siempre que haya cambios en necesidades y cobertura, debemos ir adaptando el capital que cubra nuestro seguro.