Cuando éramos pequeños, nuestras madres (y, sobre todo, nuestras abuelas) nos enseñaban las virtudes del ahorro comprándonos un cerdito que servía como hucha para guardar todo lo que nos había sobrado de la paga, de regalos, etc que hubiéramos recibido. En muchas ocasiones, este cerdito estaba hecho de cerámica, con el fin de evitar tentaciones que nos hiciesen gastar parte de lo ahorrado, ya que la única forma de disponer de ese dinero era rompiéndolo; sin embargo, en muchas otras, el cerdito tenía una abertura por debajo que nos permitía recurrir a nuestro dinero si necesitábamos comprar algo, gastando parte de nuestros ahorros.